Sr. Presidente,
CC: Lista de Distribución (pendiente)
Hay un asunto de suma importancia para la seguridad nacional
y para la futura prosperidad de nuestra nación que precisa su atención. Es a la
vez un tema que tendrá un impacto directo sobre el legado de su presidencia – puesto que a pesar de no ser un problema de su
creación transcurre en la actualidad bajo su mando y, por lo tanto, exige como
mínimo el inicio de una solución. Me refiero a lo que he acuñado la “narco-revolución de América”.[i]
Los analistas sociales, políticos, económicos y militares
estadounidenses suelen ser brillantes a la hora de analizar a escala pequeña.
Sin embargo, mientras que son bastante notables, y posiblemente sin igual en cuanto a la identificación, el análisis y la clasificación de “árboles” individuales,
son igualmente y notoriamente incompetentes cuando toca apreciar la naturaleza
del “bosque” en su conjunto. Sr. Presidente, este es el tipo de “miopatía reduccionista”
que llevó a las organizaciones de los servicios de inteligencia de este país a
no verle las orejas al lobo, resultando en la pérdida inmediata de miles de
vidas y de miles de millones de dólares durante el ataque del 11 de septiembre,
y la consiguiente pérdida de miles y miles de vidas aún más, por no hablar de
miles y miles de millones de dólares, que resultaron de nuestras consiguientes
invasiones a Irak y Afganistán. Sólo hablando en términos relativos, lo que
estamos enfrentando aquí es una amenaza mucho mayor que un puñado de
terroristas estrellando unos pocos aviones contra inmobiliaria costosa – tenemos
que retroceder un paso de los árboles y apreciar el bosque.
Como individuo de ascendencia judía, española, africana e
indígena americana lo que voy a transmitir no es con intención de avivar las llamas
del debate anti-inmigratorio, ni pretende singularizar a determinados grupos
étnicos para un escrutinio discriminatorio. Sin embargo, no debemos evadir la
verdad en nuestro temor a lo que ella descubra. Al contrario, lo que se
necesita, sobre todo, es llamar la atención de la nación a una cuestión que nos
afecta a todos por igual. Sin importar nuestra raza, etnia o cultura todos
estamos verdaderamente en el mismo barco: juntos o bien nos hundiremos o navegaremos.
Sr. Presidente, creo que el futuro de los Estados Unidos de
América, definido en términos de nuestra prosperidad económica, nuestra
estabilidad política, nuestra seguridad y nuestro status continuo como
superpotencia depende más de la población hispana que de cualquier otro factor individual
discernible. Como uno de sus más ilustres predecesores, el presidente Abraham Lincoln,
acertadamente declaró: “América nunca
será destruida desde el exterior. Si fallamos y perdemos nuestras libertades,
será porque nos destruimos nosotros mismos”.
Dicho eso, Sr. Presidente, hoy lo que podemos describir
fácilmente como el mundo de habla española está pasando por una situación de
crisis internacional sin precedentes. Esta crisis no es sólo de interés académico
para nosotros, sino todo lo contrario. Es una crisis que está estrechamente
unida a nuestros propios intereses nacionales tanto a nivel doméstico como a
nivel internacional. Es una crisis que no tiene rival en cuanto a nuestra seguridad
nacional se refiere; y – como ya he implicado – se trata de una crisis que atañe
más directamente al futuro de nuestra nación que cualquier otra.
Mientras que países como México, Venezuela, Perú, Argentina,
y los que pertenecen al llamado "Triángulo de la Muerte" – Honduras,
El Salvador y Guatemala – están constantemente en las noticias internacionales
por sus altísimos índices de violencia – a menudo vinculados al tráfico de
drogas – en nuestro esfuerzo para comprender el bosque no debemos pasar por
alto el hecho de que muchos, si no es que la mayoría de las comunidades y
naciones de todo el Mundo Hispano, están igualmente acosadas por escándalos de
corrupción y crimen organizado a un grado absolutamente desproporcionado en
comparación con la mayoría de las demás naciones occidentales civilizadas. Por lo
tanto, debemos considerar las cuestiones relacionadas con el mundo de habla hispana
no como árboles aislados acosados por problemas sociales, políticos y
económicos temporales, sino más bien como un gran bosque asediado por problemas
culturales profundamente e históricamente arraigados. Y es un bosque, Sr.
Presidente, que no termina convenientemente en la frontera con México, sino que
se extiende profundamente en todos los aspectos de nuestra sociedad americana:
A pesar de que muchos individuos de origen hispano se han
distinguido por sus excelentes contribuciones y máximo sacrificio a nuestra
nación en todos los niveles y ámbitos de la vida, también hay que reconocer
que, estadísticamente hablando, aquí en los Estados Unidos de América la
población hispana (o latina como algunos prefieren) se caracteriza por su bajo
nivel socioeconómico en general ($40,963 dólares anuales por familia, en
comparación con $58,270 de los blancos no hispanos por hogar por año en el 2013[ii] – casi un 30% menos), por el muy bajo
rendimiento académico de sus estudiantes (mientras que continúan consistentemente
atrasándose en cuanto a la media nacional)[iii], por sus altísimos índices de pandillerismo, de afiliación con
pandillas entre sus jóvenes, y por sus altísimos índices de embarazos de
adolescentes.
La relación entre el bajo rendimiento académico de los
jóvenes hispanos, sus tendencias demográficas, y el futuro de nuestra nación
está concisamente resumida por el siguiente pasaje de un artículo publicado en
2013 en el Huffington Post:
A
medida que los hispanos superan a los californianos blancos en la población el
próximo año, el estado se convierte en un posible modelo para el resto del
país, el cual está pasando por un cambio demográfico más lento pero similar.
Pero cuando se trata de la manera en que California educa a sus estudiantes de
color, muchos dicen que sirve como un modelo de lo que no se debe hacer.
En
California, el 52 por ciento de los 6 millones de niños de las escuelas del
estado son hispanos, mientras que sólo el 26 por ciento son blancos. Y los
estudiantes hispanos en general están recibiendo una educación peor que sus
compañeros blancos. Sus clases son más grandes, las ofertas de cursos son
menores y la financiación es menor. La consecuencia es obvia: un rendimiento inferior.
Sólo
el 33 por ciento de los estudiantes hispanos son competentes en lectura en el tercer
grado, en comparación con el 64 por ciento de los estudiantes blancos. En la
escuela secundaria, uno de cada cuatro alumnos hispanos del grado 10 en
California no puede aprobar el examen de egreso de matemáticas del bachillerato,
en comparación con 1 de cada 10 estudiantes blancos. Y mientras que las
puntuaciones de las pruebas generales de todo el estado han aumentado en la
última década, el abismo entre el rendimiento [entre blancos e hispanos] no ha cambiado. [...]
“Nos
estamos quedando atrás”, dijo Luis Pedraja, rector de la Universidad de Antioch
en Los Ángeles. “En última instancia nos enfrentaremos a una crisis donde la
mayoría de la población de los Estados Unidos estará en desventaja económica,
lo que reducirá su poder adquisitivo y su contribución a los impuestos y a la
Seguridad Social, lo que afectará a todos los segmentos de la sociedad y a la salud
económica de nuestro país.” [iv]
Sr. Presidente, aquí hay una breve muestra de algunos simples
pero honestos hechos que apoyan mis afirmaciones anteriores: hispanos han
compuesto, consistentemente durante los últimos casi veinte años, casi el 50%
de los miembros de las pandillas en la nación[v], “3 de cada 10
jóvenes latinos dicen tener un amigo o un pariente pandillero activo o retirado”[vi], y el 46.3 por mil de las niñas hispanas entre las edades
de 15 y 19 tienen bebés, en comparación con el 20.5 por cada mil niñas blancas no
hispanas de la misma edad.[vii] Le recuerdo Sr. Presidente, que muchos de sus propios
expertos y asesores han identificado a las pandillas como las manos y los pies,
los ojos y los oídos de esos mismos cárteles internacionales de la droga que
son el objeto de la guerra de nuestra nación contra el narcotráfico, y que
algunos de esos mismos asesores y expertos han identificado, desde hace años, a
estos mismos cárteles de la droga como “una
amenaza tan grande para nuestra seguridad nacional como el terrorismo”.[viii]
Creo, por lo tanto, estar bien asentado, Sr. Presidente,
cuando respetuosamente sugiero que para comprender plenamente la naturaleza de
las dificultades que aquejan a las poblaciones hispanas dentro de nuestras
fronteras – y por lo tanto formular soluciones realistas y fiables para esas
dificultades – primero tenemos que estar dispuestos a aceptar la naturaleza
cultural de sus problemas, y comenzar a hacerlo mediante un examen meticuloso
de esos mismos antecedentes culturales dentro de sus países de origen.
Estudios recientes llevados a cabo por la ONU[ix] y por Gallup[x] confirman
independientemente que los países de América Latina se encuentran entre los más
violentos del mundo, superando incluso a las naciones de África y del Medio
Oriente. En un reciente anuncio del 16 de diciembre de 2014, la Comisión
Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos establece que “México está experimentando la peor crisis de
violencia desde la Revolución: 22,000 desapariciones forzadas, miles de casos
de tortura, más de 70,000 ejecuciones extrajudiciales y más de 160,000
traslados forzosos”[xi].
Sin embargo, México es sólo
parte de un patrón mucho más extenso y arraigado que implica la mayor parte del
continente latinoamericano. En su propia declaración del 3 de diciembre,
también de ese año (2014), el ACNUR ("Alto Comisionado de las Naciones
Unidas para los Refugiados") informa que “América Latina y el Caribe cuentan con más de 6 millones de desplazados
internos, refugiados, solicitantes de asilo y apátridas y la región también
está recientemente tratando con miles de niños no acompañados que huyen hacia
el norte y que buscan seguridad en América Central y más allá.”[xii] Toda
la evidencia indica claramente, Sr. Presidente, que la crisis de esta naturaleza
es probable que aumente en los próximos años: Mientras que en el pasado, “dictaduras, golpes de estado y guerras
civiles han desplazado a personas de sus hogares en Centroamérica, Haití y
otras partes del continente”, “hoy en
día, la desenfrenada violencia de pandillas y las guerras entre narcos han
dislocado un número creciente de personas de México, Colombia y Centroamérica”.[xiii]
El resultado de estos trágicos
acontecimientos está directamente relacionado con la falta de prosperidad
económica, de estabilidad política y de seguridad social en el mundo hispano,
que a su vez dieron lugar a una crisis de niños refugiados en la frontera entre
los EUA y México – “de proporciones
épicas”[xiv]
– con serias implicaciones políticas para el gobierno de los Estados Unidos[xv] [xvi] [xvii] [xviii] [xix] [xx], como usted
mismo, Sr. Presidente, es muy consciente. “La
violencia de pandillas como la principal causa del desplazamiento llamó la
atención después de que casi 70 mil niños que viajando solos – principalmente
de Honduras, El Salvador y Guatemala – fueron capturados cruzando la frontera
entre México y los Estados Unidos este año, más del doble que en 2012.” [xxi] “Sin embargo”, afirma Jan Egeland,
director del Consejo Noruego para los Refugiados (NRC): “Esto es sólo la punta del iceberg. ¿Cuántas otras personas fueron
desplazadas y nunca llegaron a la frontera? Muchas más. América Latina tiene
que hacer frente a esta tremenda ola de violencia, y el mundo tiene que ayudar”[xxii].
Sr. Presidente, parte de ese “mundo” que “tiene que ayudar”,
incluye a los Estados Unidos de América en particular – y no debido a ningún
extravagante sentido del altruismo que no podemos permitir, sino debido a ese muy
tradicional sentido pragmático americano del interés propio y del instinto
de la preservación.
Respetuosamente le recuerdo, Sr. Presidente, de que muchas
de estas mismas pandillas que operan en la América Central – como es claramente
el caso por ejemplo con las pandillas MS-13 y MS-18 – y cuyas actividades son
responsables por esa misma crisis de refugiados que finalmente arrasó un sendero
al umbral de la Casa Blanca, no sólo se originaron en los Estados Unidos, sino
que encontraron su camino a América Latina como consecuencia directa de las
decisiones y del asesoramiento de nuestros dizque “expertos”.
A estos "expertos" en su infinita sabiduría, y sin
duda profunda perspicacia intelectual, les
pareció apropiado deportar a estos gánsteres americanizados, en muchos
casos soldados con entrenamiento militar, a naciones ya empobrecidas y
desgarrados por guerras civiles (resultantes, por supuesto, de la participación
de los Estados Unidos), a naciones completamente no equipadas, no capacitadas,
y no acostumbrados a la extrema violencia organizada perpetrada por el tipo de guerra
criminal urbana de baja intensidad que es la rutina diaria de un pandillero.
Respetuosamente también le pido, Sr. Presidente, que tenga
en cuenta que casi el 50% de esas mismas pandillas en los Estados Unidos están
compuestos por miembros de comunidades con lazos familiares y culturales con
América Latina – frecuentemente con vínculos con pandillas transnacionales y
cárteles de la droga latinoamericanos.
Parece ser, Sr. Presidente, que estamos cazando zorros en el
campo mientras que los criamos en nuestro propio gallinero – y luego nos
preguntamos por qué estamos perdiendo gallinas. (¡Francamente, si seguimos confiando en la
sabiduría y el intelecto de esta clase de denominados “expertos” y asesores
presidenciales que nos metieron en este lío en primer lugar, me temo que la
próxima crisis constará de los estadounidenses buscando el status de refugiado
en la frontera canadiense!)
Por tanto, debemos reconocer dos – de los muchos – factores esenciales interdependientes que se
han combinado y conspirado para agregar al alto grado de complejidad en la
naturaleza de la crisis que estamos enfrentando, tanto a nivel mundial como
nacional.
En primer lugar, tenemos el pésimo historial nacional de
políticas raciales fallidas, que se refleja claramente en nuestra incompetencia
como nación para superar la centenaria barrera racial que ha establecido una
pared de desigualdad institucional entre los que “tienen” y los que “no” – en
su mayor parte de acuerdo a líneas raciales. A pesar de mi crítica de la
cultura hispana, Sr. Presidente, es necesario que sepa en términos inequívocos
que soy, no obstante, muy consciente – e igualmente crítico – de la naturaleza
endémica de la corrupción y de la discriminación racial arraigada en el propio sistema
judicial de esta nación – una realidad que personalmente – junto con millones
de mis compatriotas hispanos, afroamericanos y nativos americanos – me ha resultado
muy cara y que detallo en mi libro Mandated
Report[xxiii]. Yo he experimentado el tipo de políticas nacionales
fallidas que han creado las condiciones perfectas para que las minorías de
color socialmente marginadas se críen en entornos criminalmente decadentes,
desprovistos de la clase de reforma educativa y cultural que los convirtiera en
miembros productivos de la sociedad, respetuosos de la ley, en lugar de delincuentes
peligrosos. Estamos tratando aquí, Sr. Presidente, del fracaso de los Estados
Unidos como sociedad para integrar a millones de sus conciudadanos y residentes
en el redil de algo que se asemeje a un contrato social equitativo. El
resultado ha sido el cultivo de una subcultura anti-social que no le debe
ninguna deuda de honor a esa misma sociedad que reniega de sus miembros y que
le sigue privando de derechos.
En segundo lugar, Sr. Presidente, tenemos una larga historia
de políticas exteriores igualmente fallidas, mejor caracterizadas por el adagio
auto-derrotista de “ganancia a corto
plazo a cambio de dolor a largo plazo" y por un récord consistente de
“retroceso” (“blowback”) internacional – que es como muchos catalogan el ataque
del 9/11. Tenga la seguridad, Sr. Presidente, de que no importa lo que digan
sus llamados expertos y asesores, la crisis de refugiados en la frontera del
2014 es sólo el comienzo.
¿Cuál es el común denominador que une a estos dos errores
fatales en la estrategia política, económica y social de los Estados Unidos?
Simple: nuestro rotundo fracaso (y a menudo denegación) a la hora de reconocer
la importancia de la cultura en la
determinación del procedimiento político, económico y social. Así mismo está
nuestra falta de competencia a la hora de reconocer la relación causal entre
las creencias y los valores religiosos – los cuales son el núcleo de la cultura
– en estipular la estabilidad, la
seguridad y la prosperidad, o falta de la misma, de cualquier nación dada.
Nuestra propia cultura, arraigada en su falta de apreciación cultural, Sr.
Presidente, es la razón por la cual perdimos la guerra de Vietnam; es por lo
que estamos perdiendo la Guerra contra las Drogas; es la razón por la que
estamos en caída libre en cuanto a la Guerra contra el Terror mientras que
insistimos en engañarnos a nosotros mismos en la creencia de que estamos en
vuelo. Es por motivos culturales por lo que estas dos guerras – la Guerra
contra el Terror y la Guerra contra las Drogas – se están ensamblando de manera
invariable en dos frentes interrelacionados, tanto en la América hispana como en
las comunidades hispanas dentro de los EUA, para crear una Tormenta Perfecta la
cual – a menos que transformemos
rápidamente nuestra propia cultura
con respecto a la ideología política, económica y social americanas – sin lugar
a dudas nos hundirá como nación en los abismos del tercermundismo. Tenemos que
reevaluar seriamente nuestra propia capacidad para evaluar; sin embargo, mientras
que continuemos concibiéndonos como “una
nación bajo Dios”, igualmente seguiremos negándonos a nosotros mismos la
objetividad crítica y la autoconciencia racional necesarias para hacerlo.
La cultura – en este caso particular la cultura hispana -
es la razón por la que durante siglos ningún país de habla española ha sido
capaz de adaptarse a las exigencias competitivas del mundo moderno y
proporcionar un mínimo de prosperidad económica, de estabilidad política y de
seguridad social decente y sustentable, incluso para sus más preciados y vulnerables
ciudadanos: sus propios hijos. El envío de miles y miles de niños no
acompañados y desprotegidos a través de miles de kilómetros de territorio
peligroso es un acto de desesperación que pocos estadounidenses pudieran
imaginar. Esto dice mucho del estado actual de la situación de numerosos países
latinoamericanos.
Hace doscientos y un años, tres semanas y cuatro días, Sr.
Presidente, que un predecesor suyo, Thomas Jefferson (1762-1826), uno de los
más ilustres defensores de la libertad y de la democracia de su época, uno de
los Padres Fundadores de la nueva nación de los Estados Unidos, autor de la
famosa Declaración de Independencia y tercer presidente (1801-1809) de la emergente
nación de América, demostró su comprensión de la función crítica de la cultura
(y de la religión) cuando escribió las siguientes palabras sobre la relación
entre la religiosidad de un pueblo y la falta de preparación para el
establecimiento de la democracia efectiva que observaría en los países
emergentes de América Latina:
La historia, en mi opinión,
no aporta ningún ejemplo de un pueblo de sacerdotes plagado manteniendo un
gobierno civil libre. Esto marca el grado más bajo de ignorancia, de la cual
sus líderes civiles y religiosos siempre se servirán para sus propios fines. La
proximidad de la Nueva España a los Estados Unidos, y su consecuente trato, pudiera
proporcionar escuelas para las clases superiores, y un ejemplo para las clases
más bajas de sus ciudadanos. Y México, [...] pudiera revolucionarse bajo
mejores auspicios que las provincias del sur. Éstos últimos, me temo, deben
terminar en despotismos militares. Los diferentes elencos de sus habitantes,
sus odios mutuos y celos, su profunda ignorancia y fanatismo, serán manipulados
por líderes astutos, y cada uno se hará el instrumento de la esclavización de
los demás. [xxiv] [Carta
a Alexander von Humboldt 06 de diciembre 1813]
Doscientos y un año, tres semanas y cuatro días después de
que el presidente Jefferson escribiera sus sabias y proféticas palabras de
precaución, sin duda podemos corroborar lo siguiente: México no ha logrado “revolucionarse”; la historia todavía no
“aporta ningún ejemplo de un pueblo de
sacerdotes plagado manteniendo un gobierno civil libre”, y tanto México
como las “provincias del sur” – en
otras palabras, América Latina en su conjunto – precisamente debido a este “grado más bajo de ignorancia”, y a esa “profunda ignorancia y fanatismo” sigue
siendo indispuesta para su propia libertad, mientras que “los líderes civiles y religiosos” continúan aprovechando esta
condición “para sus propios fines” – y sin embargo, también lo ha hecho los Estados
Unidos.
Sin embargo, Sr. Presidente, a medida que seguimos aplicando
la analogía del árbol, y comprendemos claramente cómo la cultura juega un papel
inevitable en la realidad social, económica y política de todas y cada una de
las naciones, nos damos cuenta de que en consecuencia el fruto de la decadencia
Latinoamericana cae cerca del árbol español de la depravación. Mientras que
informes de violencia y de corrupción en América Latina siguen llenando las
noticias, reportes incesantes de escándalos de corrupción que involucran todos
los niveles de la infraestructura política de la “Madre Patria”[xxv] [xxvi] [xxvii],
incluyendo hasta miembros de la Familia Real española[xxviii],
continúan encabezando los titulares internacionales.
Mientras tanto, conforme paseamos por el bosque cultural
hispano, y en función de la definición específica que aplicamos al término,
numerosos son los países de habla hispana que, o bien están clasificados como
“narco-estados” o están en el proceso de convertirse en uno: Venezuela[xxix] [xxx] [xxxi] [xxxii] [xxxiii],
México[xxxiv] [xxxv] [xxxvi] [xxxvii] [xxxviii] [xxxix] [xl], Puerto
Rico[xli] [xlii] [xliii] [xliv] [xlv] [xlvi], Argentina[xlvii] [xlviii] [xlix] [l], Bolivia[li] [lii] [liii] [liv], Perú[lv] [lvi] [lvii], El
Salvador[lviii] [lix] [lx],
Honduras[lxi] [lxii] [lxiii],
Guatemala[lxiv]
[lxv] [lxvi] [lxvii],
Costa Rica[lxviii]
[lxix], etc.,
están trazando un camino directo de regímenes políticos, económicos y sociales
– de regímenes culturales – dominados
por el crimen organizado que extiende desde Tierra del Fuego, a través de la
cordillera de los Andes, el Amazonas, la América Central y México, cruzando la
frontera de los Estados Unidos hasta las comunidades hispanas y los barrios del
país más poderoso – y del “narcomercado” más grande – del planeta, amenazando la
desaparición del imperio estadounidense en un torbellino de violencia, de
pandillas, de mediocridad socioeconómica, de crimen organizado y de corrupción
endémica – es decir, Sr. Presidente, en su propia “narco-revolución”.
Al otro lado del Atlántico, España ya está oficialmente
reconocida como el principal portal de narcóticos ilegales para toda Europa[lxx] [lxxi] [lxxii] [lxxiii] [lxxiv]. Dada
la proclividad de su cultura para la corrupción, es sólo cuestión de tiempo
antes de que los funcionarios españoles pongan su corruptibilidad a la disposición
de los "narcoeuros" del Cártel – si es que no lo han hecho ya. La
narcorrevolución, Sr. Presidente, no sólo es un peligro claro y presente para
nuestra seguridad nacional y para nuestro futuro, sino que ya está en marcha en
América.
La corrupción endémica, de la cual el status de narco-Estado
es solamente una variante, aunque extrema, se está convirtiendo rápidamente en
la segunda década del siglo XXI en la característica más representativa del
régimen político, del tejido social y del sistema económico de muchos países y
de muchas comunidades hispanas en todo el mundo. La corrupción política
representa para cualquier nación la usurpación del poder del Estado en manos
del mejor postor – circunvalando por completo el proceso electoral democrático
a la vez que establece la depravación de la delincuencia como núcleo esencial de
todas sus instituciones gubernamentales. Sin embargo, para los países de habla española,
la mayoría de los cuales han luchado durante siglos para lograr algún tipo de
estabilidad política, de seguridad social, y de prosperidad económica, este
grado generalizado de corrupción no refleja una condición temporal, sino más
bien un rasgo cultural que se inicia en sus creencias (especialmente sus
creencias religiosas), sus costumbres, sus gustos y preferencias, y se expresa
a través de los principios y valores de la gente misma: por lo tanto, no tiene
una solución que podría ser concebida como puramente política o económica, sino
que requiere una profunda y radical reforma cultural similar a una
contrarrevolución cultural.
Esto es un gran reto para nosotros como nación y, sin
embargo, como cultura, no estamos particularmente provistos del necesario análisis
filosófico autocrítico requerido para una profunda deliberación ideológica.
Como resultado, no es que nos hayamos olvidado
de que la pluma es más poderosa que la espada; es que desde un principio nunca
hemos aprendido esa lección: mientras
que la ciencia y la tecnología son
puntos fuertes de América, la falta de sabiduría filosófica sigue siendo
el talón de Aquiles americano.
Nuestra incapacidad para proyectar la naturaleza del conflicto
a una arena ideológica es simplemente la consecuencia lógica de la carencia americana
de profundidad filosófica-sociopolítica. En efecto, mientras que algunos de
nuestros Padres Fundadores se contaron entre las mentes más renombradas de su tiempo,
hombres de su talla intelectual rara vez han aparecido en los pasillos de la
academia, mucho menos en los del Senado, del Congreso, de la Corte Suprema, o –
sin ánimo de ofender – de la Casa Blanca.
Los atavíos de nuestro poderío económico y militar han sido
demasiado tentadores, y hemos abusado en repetidas ocasiones de ese poder.
América, Sr. Presidente, ha sido sin duda más responsable, directa e
indirectamente, por más actos de terrorismo estatal, tanto dentro de sus fronteras
como en el extranjero, que cualquier otro gobierno del Primer Mundo durante los
últimos cincuenta años – y no me refiero sólo al reciente informe de la Cámara
de Senadores sobre el programa de tortura de la CIA[lxxv], sino también, por ejemplo, al hecho de que “presumimos” de la tasa de encarcelamiento más alta de la
historia humana, peor incluso que la de Rusia bajo Stalin o que de China bajo
Mao. En todo el mundo somos conocidos por ser los emisarios de la tortura y de
la muerte en lugar del de las ideas y de la ilustración. Destruimos, pero no
construimos; matamos pero no convencemos; castigamos pero no recompensamos;
sobornamos pero no inspiramos.
Esto tiene que acabar.
Para agregar claridad al tema, Sr. Presidente, la Guerra
contra las Drogas, así como la Guerra contra el Terrorismo son, en su esencia
misma, guerras de ideología cultural.
Esta es la nueva guerra del siglo XXI y el campo de batalla es la mente de las
masas. Este no es el tipo de guerra que uno gana recurriendo a la tortura, o
lanzando bombas, dirigiendo drones, o disparando balas. De hecho, nada se
resiste más al cambio cultural que la directa oposición física a sus
ideologías. Este es el tipo de guerra que requiere de nuevas estrategias, de nuevas
reglas de combate, y de una nueva generación de guerreros y generales. Para
tener éxito en este nuevo frente debemos implicar,
capturar y transformar eficazmente los corazones y las mentes de aquellos que
de otra manera serían nuestros enemigos y convertirlos en aliados y socios en
nuestro éxito. Este es un tipo de guerra que históricamente los Estados Unidos,
debido a su propia ideología cultural, han sido inadecuados para reconocer,
mucho menos ganar. Debemos estar dispuestos a transformar culturas que de otro
modo serían destinadas al fracaso y a la miseria, pero primero tenemos que
estar dispuestos a transformarnos a nosotros mismos. Este es el Gran Desafío
que enfrenta los Estados Unidos hoy en día.
El tipo de corrupción institucional endémica – mucha de la
cual está vinculada al tráfico de drogas – manifiestamente presente en muchos
países de la cultura hispana delata la falla total y absoluta del proceso
democrático en una de las culturas y civilizaciones más antiguas y extendidas del
mundo occidental. En otras palabras, Sr. Presidente, lo que estamos presenciando
durante esta segunda década del siglo XXI como resultado directo de esta
omnipresente narco-revolución, no es nada menos que la muerte de la democracia
en la mayor parte del mundo hispano junto con el nacimiento de una nueva forma
de gobierno: la "mafiaocracia".
No vaya a pensar ni por un momento, Sr. Presidente, que en América somos
inmunes a esta tendencia global. Con respeto, me permito recordarle la
corrupción desenfrenada y el aumento general de la delincuencia organizada que
caracterizó la Era de Prohibición del siglo anterior a consecuencia del Acta Volstead.
De hecho, esta narco-revolución no sólo ha permeado los
aspectos más íntimos de la cultura hispana y de sus gobiernos, sino que también
anuncia el colapso de la misma. Este colapso, a su vez, no sólo amenaza inevitablemente
con extenderse al resto de la comunidad internacional, sino que creará una
pesadilla viviente para nuestros funcionarios de fronteras ya que tendrán que
hacer frente a la creciente avalancha de refugiados que buscarán desesperadamente
el amparo de los Estados Unidos.
Los Estados Unidos, con su creciente comunidad hispana, cada
día más social, política y económicamente influyente; la Unión Europea, con
España como portal principal de entrada de la narco-revolución al resto de
Europa; y los países de África occidental a través de Guinea-Bissau[lxxvi] [lxxvii] [lxxviii] [lxxix] [lxxx] [lxxxi],
oficialmente reconocido como bajo el control de los narco-cárteles de América
Latina y, por tanto, una amenaza para el resto del continente[lxxxii] [lxxxiii] [lxxxiv] [lxxxv],
están todos experimentando las primeras etapas de este proceso de colapso
estatal masivo. Estamos, por lo tanto, Sr. Presidente, frente a tal vez la
mayor amenaza mundial para la estabilidad política, la prosperidad económica y
la seguridad social del Primer Mundo – y de América con él – desde el comienzo
de la Edad Moderna con el estallido de la Revolución Francesa en 1789.
Lo que sin duda es necesario, Sr. Presidente, es una nueva
línea de pensamiento bastante ajeno al que analistas sociales y políticos
entrenados en América (e incluso
formados en el Occidente) han demostrado, una y otra vez, ser capaces de seguir.
Nuestro presente y futuro depende de ello.
Como alguien convencido de que si no eres parte de la
solución eres el problema, me he enfrentado
con todos estos temas relevantes, y muchos más, en mi serie “Crónicas de una Tormenta Perfecta: La
Narcorrevolución, la Crisis Internacional del Mundo Hispano y la
Biopsicofilosofía Cultural”.
Mi estudio sigue una nueva línea de análisis
interdisciplinario de la cultura, una que es clínica por naturaleza. Se analiza
la esencia de esta crisis (diagnosis),
se traza la historia de sus orígenes (etiología),
se ofrece una proyección de escenarios futuros en el caso de que se continúe
desarrollando de acuerdo a su estado y trayectoria actuales (pronóstico), y, finalmente, se propone
un plan de tratamiento
sistémico-cultural para hacer frente a la crisis con eficacia y eficiencia. Las
ideas presentadas aquí son innovadoras, y fundamentadas en una nueva
perspectiva y paradigma para el análisis de la cultura, una que incluye e
integra las ciencias humanas y sociales (la literatura, la historia, la
religión, la sociología, la política y la economía, etc.), pero que está basada
en el estudio de sistemas complejos, de la economía conductual, de la sociobiología,
de la psicología evolutiva, de la paleoantropología, de la primatología, de la
genética, de la biología molecular y de las neurociencias cognitivas, afectivas
y económicas.
Las perspectivas, argumentos y conclusiones de este extenso
y meticuloso estudio tienen implicaciones para las políticas nacionales de los estados
hispanos y africanos por igual, así como para las políticas nacionales y
extranjeras de los EUA y para los países miembros de la Unión Europea.
En conclusión, lo que esta narco-revolución demuestra es que
se trata de una cadena causal de relaciones interdependientes. El futuro de
América está entrelazado con el presente de sus comunidades hispanas, y el
presente de sus comunidades hispanas está enmarañado con el presente y el
pasado de Latinoamérica. No podemos cambiar el pasado de Latinoamérica, pero
hay que comprender ese pasado con el fin de oficiar mejor su presente y así
asegurar nuestro propio futuro.
Bienvenido al bosque, Sr. Presidente y Feliz Año Nuevo.
Atentamente,
Shodai
Sennin J. A. Overton-Guerra
[i] Parte del título de mi serie “
Crónicas de una Tormenta Perfecta: La Narcorrevolución, la Crisis
Internacional del Mundo Hispano y la Biopsicofilosofía Cultural”, disponible
por amazon.com marzo del 2015.
[xii] “Latin America and the Caribbean
adopt a common roadmap to address new displacement trends and end statelessness
within the next decade”, Notificación de Prensa, 3 December 2014, UNHCR, http://www.unhcr.org/547f31d59.html. Accessed December 15, 2014.